- ¿Me podrías indicar, por favor, hacia dónde tengo que ir desde aquí? Preguntó Alicia.
- Eso depende de a dónde quieras llegar- contestó el Gato.
- A mí no me importa demasiado a dónde...explicó Alicia
- En ese caso, da igual hacia a dónde vayas- interrumpió el Gato.
(Alicia en el país de las maravillas,
de Lewis Carroll)
Le había tocado la lotería. Por
capricho del destino o designio del universo, quién sabe, un día
cualquiera, un día no muy distinto a los varios miles de días
anteriores a ése, la vida decidió que la suerte llevaría su
número.
Cuando Alicia chequeó su boleto
aquella mañana, no daba crédito. Imposible. Su deseo no podía
hacerse realidad porque violaría las leyes de la probabilidad. Entre
los millones de personas que habrían jugado ese día, ¿cómo era
posible que le hubiera tocado a ella?
Los juegos de azar son bien curiosos:
se apuesta para ganar pero si eso ocurre uno se repite “no puede
ser” “debe haber un error” “es imposible”.
(El ser humano es misterioso...)
Después de revisar distintas páginas
de prensa buscando el error, se dio por vencida, y no le quedó otra
que reconocerse clara vencedora en la millonaria competición por el
camino a la felicidad.
En ese instante se imaginó feliz y
soñó. Se compraría una buena casa, con piscina, claro, porque es
lo que todo el mundo desea ¿no? Y se compraría un cochazo, que
aunque no le interesaban nada los vehículos, supuso le haría sentir
bien. Y viajaría, aunque no sabía donde, porque nunca fue muy
viajera. Y se iría a las mejores firmas de ropa y no repararía en
gastos, a pesar de que gustaba de tejanos y aborrecía el mundo de la
moda...
Su vida, por fin, cambiaría
totalmente. Dejaría de vivir esa vida plana, aburrida, sin proyectos
ilusionantes, ni motivaciones más allá de los pequeños placeres
cotidianos, más arraigados en la costumbre que en el propio deleite.
Pero no fue así. Su vida gris no
cambió de color. Sólo oscureció.
Se suponía que la felicidad había
llamado a su puerta pero no la estaba sintiendo. ¿Cómo era
posible?¡Por Dios, le había tocado la lotería! ¡Eso era más
dinero del que jamás podría pulirse, ni ella ni sus generaciones
venideras, si las hubiera! Podía tenerlo todo...Pero lo único que
tenía era dinero. Apostar tu felicidad a un número, es arriesgar
demasiado.
Así fue como la euforia de sus
expectativas fue cayendo en picado con el paso de los meses.
Alicia no vivió nunca en el país de
las maravillas, de modo que no supo ver la madriguera cuando la tuvo
delante. Se quedó en la puerta, esperando que la diosa fortuna la
rescatara de su prisión. Hizo lo que sabía hacer: esperar que
alguien o algo llenara su vacío. Pero el vacío de cada cual, a cada
cual pertenece. Y más tarde que temprano uno descubre su trampa.
Alicia esperó que la maravillaran en
lugar de escoger ella cómo maravillarse. Cedió el poder de su
bienestar y descubrió, que las jaulas, jaulas son, aunque de oro
sean.
Probablemente, si Alicia hubiera
escogido vivir una vida razonablemente buena, llenándola de
personas, cosas y experiencias agradables, nutriéndose de ilusiones
y proyectos más o menos motivantes, el día que hubiera tentado a la
suerte en la lotería y ésta le hubiera respondido, quizás,
entonces, ya llena de mucho, hubiera esperado menos de tanta fortuna,
y quizás entonces, el dinero
se convertiría en una bendición.
Parece bastante probable...¿no?
¿Nos la jugamos?
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