viernes, 12 de junio de 2015

JUGANDO A PERDER


  • ¿Me podrías indicar, por favor, hacia dónde tengo que ir desde aquí? Preguntó Alicia.
  • Eso depende de a dónde quieras llegar- contestó el Gato.
  • A mí no me importa demasiado a dónde...explicó Alicia
  • En ese caso, da igual hacia a dónde vayas- interrumpió el Gato.
    (Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll)



Le había tocado la lotería. Por capricho del destino o designio del universo, quién sabe, un día cualquiera, un día no muy distinto a los varios miles de días anteriores a ése, la vida decidió que la suerte llevaría su número.

Cuando Alicia chequeó su boleto aquella mañana, no daba crédito. Imposible. Su deseo no podía hacerse realidad porque violaría las leyes de la probabilidad. Entre los millones de personas que habrían jugado ese día, ¿cómo era posible que le hubiera tocado a ella?

Los juegos de azar son bien curiosos: se apuesta para ganar pero si eso ocurre uno se repite “no puede ser” “debe haber un error” “es imposible”.

(El ser humano es misterioso...)

Después de revisar distintas páginas de prensa buscando el error, se dio por vencida, y no le quedó otra que reconocerse clara vencedora en la millonaria competición por el camino a la felicidad.

En ese instante se imaginó feliz y soñó. Se compraría una buena casa, con piscina, claro, porque es lo que todo el mundo desea ¿no? Y se compraría un cochazo, que aunque no le interesaban nada los vehículos, supuso le haría sentir bien. Y viajaría, aunque no sabía donde, porque nunca fue muy viajera. Y se iría a las mejores firmas de ropa y no repararía en gastos, a pesar de que gustaba de tejanos y aborrecía el mundo de la moda...

Su vida, por fin, cambiaría totalmente. Dejaría de vivir esa vida plana, aburrida, sin proyectos ilusionantes, ni motivaciones más allá de los pequeños placeres cotidianos, más arraigados en la costumbre que en el propio deleite.

Pero no fue así. Su vida gris no cambió de color. Sólo oscureció.

Se suponía que la felicidad había llamado a su puerta pero no la estaba sintiendo. ¿Cómo era posible?¡Por Dios, le había tocado la lotería! ¡Eso era más dinero del que jamás podría pulirse, ni ella ni sus generaciones venideras, si las hubiera! Podía tenerlo todo...Pero lo único que tenía era dinero. Apostar tu felicidad a un número, es arriesgar demasiado.

Así fue como la euforia de sus expectativas fue cayendo en picado con el paso de los meses.

Alicia no vivió nunca en el país de las maravillas, de modo que no supo ver la madriguera cuando la tuvo delante. Se quedó en la puerta, esperando que la diosa fortuna la rescatara de su prisión. Hizo lo que sabía hacer: esperar que alguien o algo llenara su vacío. Pero el vacío de cada cual, a cada cual pertenece. Y más tarde que temprano uno descubre su trampa.

Alicia esperó que la maravillaran en lugar de escoger ella cómo maravillarse. Cedió el poder de su bienestar y descubrió, que las jaulas, jaulas son, aunque de oro sean.

Probablemente, si Alicia hubiera escogido vivir una vida razonablemente buena, llenándola de personas, cosas y experiencias agradables, nutriéndose de ilusiones y proyectos más o menos motivantes, el día que hubiera tentado a la suerte en la lotería y ésta le hubiera respondido, quizás, entonces, ya llena de mucho, hubiera esperado menos de tanta fortuna, y quizás entonces, el dinero
se convertiría en una bendición. Parece bastante probable...¿no?

¿Nos la jugamos?



No hay comentarios: